COLUMNA

03 de Agosto de 2025

Una carta para alentar y agradecer a los sacerdotes

“Querido lector y lectora habitual de esta columna, cada año celebramos a los sacerdotes en el día de San Juan María Vianney. Te comparto la carta que les escribí en esta ocasión”. Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo.

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Querido lector y lectora habitual de esta columna, cada año celebramos a los sacerdotes en el día de San Juan María Vianney. Te comparto la carta que les escribí en esta ocasión. Te invito a rezar por ellos que, con tanta generosidad, entregan la vida. Las personas consagradas a Dios no nos liberamos con facilidad de las fragilidades que llevamos encima, como decía el Apóstol San Pablo, “llevamos el tesoro de nuestro ministerio en vasijas de barro” (2 Corintios 4, 7). Por eso necesitamos de la oración y el afecto de la comunidad, y la palabra de aliento para reconocernos necesitados de conversión.


Queridos hermanos sacerdotes:


Con inmensa gratitud en el corazón me dirijo a ustedes, compañeros de camino y de misión, para renovar juntos la alegría del llamado que un día nos alcanzó y transformó para siempre.


Qué fecundo es volver al primer amor. Ese momento único en que sentimos que Dios nos llamaba por nuestro nombre, cuando el Evangelio nos tocó el corazón y el alma con fuerza, y dijimos que sí. Ese “sí” generoso, confiado, sencillo… fue el comienzo de todo. Volver allí no es nostalgia, sino fuente que calma la sed de infinito. Renovar ese llamado es reavivar el fuego de nuestra vocación.


Cada 4 de agosto hacemos memoria de San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars. En este Año Santo, celebraremos el Jubileo de los sacerdotes como Peregrinos de Esperanza. Hoy quiero invitarlos —nos invito— a volver al manantial de la alegría. A dejarnos sorprender otra vez por la frescura del Evangelio. Porque sólo un corazón alegre puede contagiar esperanza en medio de un mundo tantas veces herido, dividido, confundido.


En este tiempo sinodal que estamos viviendo con toda la Iglesia, necesitamos especialmente pastores con mirada atenta a los “signos de los tiempos”, hombres capaces de leer lo que el Espíritu está susurrando en medio de los cambios y desafíos del mundo. Ustedes son parte esencial de esta renovación. No como espectadores, sino como protagonistas que ayudan a gestar una Iglesia más fraterna, cercana y abierta.


Los invito a custodiar con amor nuestra vocación sacerdotal en tres claves que el Sínodo nos está proponiendo:


El sacerdote en la escucha. Escucha de Dios en la oración y en la Palabra. Escucha del pueblo, de sus gozos y heridas. Escucha de los que piensan distinto, de los jóvenes, de los pobres. Escucha del clamor de la tierra. Que no nos gane el hábito de hablar mucho y escuchar poco. Que cada persona se sienta valorada y acogida por nosotros.


El sacerdote en la espiritualidad. No somos funcionarios del culto, sino hombres tocados por el misterio de Dios. No olvidemos que sin oración nos secamos. Sin silencio, nos dispersamos. Sin adoración, perdemos el centro. Necesitamos vivir cada día con el corazón vuelto al Señor acogiendo su llamado a la conversión permanente, sabiéndonos tratados con misericordia.


El sacerdote en la misión. No para encerrarnos en estructuras ni repetir lo de siempre, sino para salir. Acompañar, proponer, levantar, sembrar con paciencia. Estamos llamados a las periferias geográficas y existenciales. No lograremos ser Iglesia sinodal y en salida si nosotros no somos Ministros sinodales y en salida. Damos testimonio del amor que Dios nos tiene, y somos servidores de la esperanza.


Queridos hermanos, cuídense también del cansancio interior, de esa abulia existencial que apaga el entusiasmo, enfría los vínculos y amarga la vida (propia y ajena). Si algún día sienten que el fuego se apaga, no teman pedir ayuda. Estamos para sostenernos mutuamente.


La fraternidad apostólica no es un ideal lejano: es la única forma evangélica de vivir el ministerio. Jesús nos llamó para estar con Él y enviarnos a predicar (Marcos 3, 13- 14). Estén juntos con el Maestro. Cuiden la comunidad presbiteral; coman juntos, recen juntos. Visiten al hermano solo o enfermo, o a quien se aísla. Cuidémonos de la crítica que amarga y debilita la comunión. Sean puentes que vinculan, no muros que separan.


Y sobre todo doy gracias a Dios.

Gracias porque los veo delante del Sagrario, intercediendo con el corazón cargado de rostros, nombres, historias.

Gracias por visitar a los enfermos, llevando consuelo en el nombre de Jesús.

Gracias por alentar a los cansados y agobiados, como verdaderos cireneos.

Gracias porque en cada sacramento nos acercan a Cristo, Pan vivo, Misericordia encarnada.

Gracias por su alegría humilde y cotidiana, luz sencilla en medio de un mundo angustiado.


Los abrazo con cariño de hermano y padre. Rezo por ustedes cada día. Que María, Madre de los sacerdotes, nos cuide bajo su manto. Y que Jesús Buen Pastor renueve en nosotros la alegría del Evangelio.


Con mi afecto y bendición.


+ P. Jorge Eduardo Lozano


Arzobispo de San Juan de Cuyo

 
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