COLUMNA

27 de Julio de 2025

Viejos son los trapos…

“Constatamos con dolor cómo una mirada descalificadora se va instalando en algunos sectores de la sociedad, y debemos prestar atención, no lo debemos dejar pasar…” Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo.

Redes Sociales

 

Esta expresión recuerdo haberla escuchado de modo reiterado siendo niño, aplicada al modo incorrecto de referirse a personas ancianas o de edad avanzada. Constatamos con dolor cómo una mirada descalificadora se va instalando en algunos sectores de la sociedad, y debemos prestar atención, no lo debemos dejar pasar.


Cada año, en torno al 26 de julio, la Iglesia celebra con profundo respeto y gratitud la Jornada Mundial de los Abuelos y Ancianos, instituida por el Papa Francisco desde el 2021, para reconocer el lugar insustituible que ellos ocupan en la historia de las familias, los pueblos y la fe cristiana. No es casual que esta fecha coincida con la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús, modelos de ternura, transmisión de la fe y presencia silenciosa pero firme en los orígenes del Evangelio.


El envejecimiento de la población es un fenómeno global e irreversible. Desde el 2019, por primera vez en la historia, el número de personas mayores de 65 años supera al de los niños menores de cinco años. Sin embargo, este cambio demográfico no debería ser visto como un problema, sino como una oportunidad para repensar nuestras prioridades sociales y humanas. Nos decía el Papa León XIV en su mensaje para este día: “El hecho de que el número de personas en edad avanzada esté en aumento se convierte entonces para nosotros en un signo de los tiempos que estamos llamados a discernir, para leer correctamente la historia que vivimos”.


“No podemos callar ante el dolor que atraviesan muchos adultos mayores y abuelos en nuestro país. Aun habiendo trabajado toda la vida, en muchos casos dependen de sus familias para subsistir. Nos duelen esas escenas cotidianas de abuelos y abuelas en las farmacias, teniendo que elegir qué medicamento de los recetados pueden comprar y cuáles deben dejar”, señala con claridad la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina en un mensaje dado a conocer este viernes 25 de julio.


Frente a esta realidad, es urgente proclamar que la dignidad de la persona humana no envejece, no se jubila, no se degrada con los años ni con la fragilidad del cuerpo. Toda vida es valiosa desde la concepción hasta el último suspiro, y eso no depende de cuántas cosas se producen o cuántos beneficios se aportan a la economía. “En la Biblia, Dios muestra muchas veces su providencia dirigiéndose a personas avanzadas en años. Así ocurre no sólo con Abraham, Sara, Zacarías e Isabel, sino también con Moisés, llamado a liberar a su pueblo siendo octogenario (cf. Ex 7,7)”. (León XIV, Mensaje…)


Necesitamos denunciar el paradigma perverso del eficientismo, esa mentalidad que mide el valor de una persona por su capacidad de producir, competir o rendir. El culto a la juventud eterna, el descarte de lo que no sirve “según el mercado” y la idolatría de la velocidad, nos han hecho despreciar la lentitud, la debilidad y la memoria, precisamente los rasgos que muchas veces acompañan la ancianidad. “Nuestras sociedades, en todas sus latitudes, se están acostumbrando con demasiada frecuencia a dejar que una parte tan importante y rica de su tejido sea marginada y olvidada”. (León XIV, Mensaje…)


El lenguaje modela la cultura. Y hay expresiones que, aunque parezcan inofensivas, encierran desprecio. ¿Cuántas veces escuchamos o decimos frases como “ese viejo ya no sirve para nada”? O aun insultos peores en labios de políticos. No sólo son injustos, sino inhumanos, sembradores de odio y violencia. Cada palabra de burla o indiferencia hacia los mayores es una herida abierta a la dignidad de todos.


La fragilidad no es una falla del sistema. Es parte de la vida. Y quien hoy es fuerte, mañana también será vulnerable. Aceptar la fragilidad del otro es comenzar a humanizar el mundo.


La herencia más significativa que nos dejan abuelos y ancianos es la fe vivida, la paciencia aprendida, las oraciones compartidas, los gestos de amor en lo simple, la fidelidad silenciosa a lo largo de los años. Cuántas veces la fe se ha transmitido en la cocina, con una abuela rezando mientras amasa el pan, o con un abuelo que nos muestra una estampita arrugada de un Santo o Jesús crucificado. Son memoria viva del pueblo. Son puentes entre generaciones. Son sostén oculto de muchas familias.


Que esta Jornada nos ayude a recuperar la ternura como modo de mirar a nuestros mayores. Visitar a un abuelo, acompañar a una anciana sola, escuchar sus historias con atención, celebrar su cumpleaños con alegría, pedirles su bendición. Gestos simples, profundamente cristianos.


Que sepamos agradecer, cuidar y honrar a nuestros mayores. Porque en ellos, muchas veces, descubrimos el rostro de Dios que no olvida a sus hijos, ni siquiera en la vejez.


En este Año Santo nos recordaba el Papa León XIV que se puede obtener la gracia de la Indulgencia Plenaria “yendo al encuentro de quien está solo. Y por esa misma razón, se ha decidido que quienes no puedan venir a Roma este año, en peregrinación, «podrán conseguir la Indulgencia jubilar si se dirigen a visitar por un tiempo adecuado a los […] ancianos en soledad, […] como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos (cf. Mt 25, 34-36)». Visitar a un anciano es un modo de encontrarnos con Jesús, que nos libera de la indiferencia y la soledad”.

 
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