“A mí me prostituyó el hambre, la falta de trabajo, de un techo, la falta de educación y de vivienda. Siempre digo que el Estado es el primer proxeneta, el dueño de la fábrica de putas”, expresó Sonia Sánchez en RADIO MÁXIMA.
Sonia llegó a la provincia de Buenos Aires, a los 16 años. Se iba a dormir a la 1 de la madrugada, y se levantaba a las 5 para iniciar la jornada laboral nuevamente en una casa, como empleada doméstica. Cuando pidió un aumento de sueldo, buscaron a otra adolescente que la reemplazara y debió comenzar a vivir en la calle. “El frío, el hambre y el miedo hicieron una implosión dentro mío, y me acerqué a una de las mujeres que veía todos los días. Yo no sabía que existía la prostitución”, recordó.
En la Plaza de Once, Sonia inició el diálogo con quien cambiaría su vida y la ingresaría a un mundo totalmente desconocido para ella. “Esa mujer me dio unas monedas para comprarme un shampoo y una crema de enjuague, para ducharme en la estación de Once. Me duché, me puse el vestido que tenía, solo tenía mi documento. Le pregunté ¿Y ahora que hago?, me dijo -Nada, sentate, los hombres van a hacer todo- Yo no sabía nada y me senté. Así entró la prostitución a mi vida”, contó.
“La prostitución no es trabajo, es la violación de los derechos sociales, económicos y culturales”, definió Sonia, y hoy milita a través de charlas y conferencias en contra de la Trata de Personas.
“En la vida de las mujeres prostituidas hay torturadores prostituyentes. Son nuestros padres, nuestros maridos, nuestros curas confesores, pastores evangélicos, jueces, polícias, sindicalistas. No hay clientes. Son puteros que están en las plazas porque hay mujeres prostituidas. A la vuelta de las plazas hay hoteles y albergues transitorios. Hoy sigue siendo igual”, afirmó.
Un día Sonia vio el aviso en un diario donde decía que se buscaban camareras para Río Gallegos. Así, fue llevada a sus 17 años, por quien resultó ser un traficante, para prostituirla junto a otras adolescentes de distintas provincias y países.
“Cuando te prostituyen no manejas el dinero, los proxenetas vienen los viernes a retirar el dinero que se hizo de viernes a viernes”, contó.
El 60% de lo recaudado se lo lleva el dueño del prostíbulo, el 40% restante es para el proxeneta. Cada consumición en bebidas, también se divide entre ambos, en partes iguales. “El proxeneta nos traía cosas para la higiene y se descontaba de lo que producíamos por día. Las mujeres prostituidas se mueren pobres y enfermas, solo se enriquecen los dueños y las dueñas de los prostíbulos”.
“Hay cosas que todavía no me acuerdo. Una vez un psiquiatra me dijo que eso era común en las personas que han sido violadas, que borran de su memoria lo que les pasó, para sobrevivir”, contó Sonia. Una feroz golpiza, por negarse a una práctica sexual violenta, la dejó ensangrentada y dolorida. “¿A quién le importa una puta?”, se cuestionaba a sí misma. Aquel momento marcó el fin a años de tortura y esclavitud.
Con el tiempo aprendió a quererse a si misma, y a encontrar contención en cada conferencia. “Yo no voy a llorar entre cuatro paredes. Cuando doy las charlas, si tengo que llorar, lloro. Hago todas las cosas públicamente. Devuelvo a la sociedad lo que introyectaron en mí. La prostitución no logró romper en mí, mi gran capacidad de amar”, reflexionó.
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